DESPILFARRO EN ESPAÑA
Dicen que la economía es la ciencia de la escasez. Pero cuando dirigimos la mirada a la vida pública española lo que aparece por todas partes es el despilfarro. No me refiero solo ni fundamentalmente a los gastos suntuarios de la clase política y sus allegados. Ni siquiera me llama mucho la atención el triste hecho de que a los políticos se les haya atrofiado la capacidad de conducir un coche. Los pobres no tienen más remedio que ser transportados en un coche oficial dizque por razones de seguridad. ¡Qué tiempos aquellos del ominoso franquismo, en los que todos los coches oficiales de Madrid (PMM) cabían en un garaje por pisos!
El gasto en coches oficiales es cacahuetes, como dicen los americanos. El verdadero despilfarro de la Administración Pública va por otro lado. No hay más que contemplar el poco uso que se hace de tantos locales públicos. Habría que contabilizar las Casas de Cultura y equivalentes, escandalosamente vacías de actividad muchos días al año. Las oficinas de muchos organismos públicos se ven vacías durante muchas horas al día. El Estado decide reconstruir, remodelar y modernizar viejos edificios históricos sin uso, pero tampoco con las reformas rebosan actividad. ¿Por qué se dedica tanto dinero a esa labor restauradora, a la que luego no se le añade la correspondiente función? Muy sencillo. Es una forma elegante de manejar ingentes presupuestos para obras. Las cuales suponen un pingüe beneficio personal para quienes las administran. No hace falta entrar en los casos extremos de corrupción o el famoso tres por ciento de Cataluña. El dinero público rueda con facilidad; por eso las monedas son redondas.
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